lunes, 5 de agosto de 2013

Hazme caso...


"Podemos ser amigas", recuerdo que me dijo, y yo pensando que las amigas no hacen el amor ni se dan besos en cada esquina de la ciudad. Qué triste. "No, no quiero ser tu amiga, joder", le respondí, pero no le dije por qué, qué imbécil. Ella lo interpretó como quiso, como cualquier persona haría: huyendo. Y me quedé tan sola que decidí empezar a fumar; lo típico, vamos; yo nunca había tenido un cigarro entre los labios, así que me ahogué con el humo, pero ya me había estado ahogando desde el momento en el que no supe cómo decirle que la quería. "En fin, por un poco más, no importa", pensé. Y si me preguntáis, de la vida qué, después de aquello, ni puta idea. Siguió, claro, como de costumbre, sin mirarme a los ojos, sin ni siquiera llamarme por las noches para ver cómo estaba. Qué va, ni eso. Sobreviví tan bien como pude, pero aún así lo hice demasiado mal, y tardé en olvidar lo que tardé en volver a enamorarme. De precipicio en precipicio y tiro porque me toca, una locura. Y, por supuesto, volví a verla un día, no recuerdo cuál, ni recuerdo muy bien cómo, sólo recuerdo que, de repente, la calle se quedó vacía, y estábamos ella y yo sentadas en un bar con una amiga suya, y riéndonos juntas, como si nada, como si yo aún no tuviese, después de todo, ganas de besarla. Y qué podía hacer, si en el fondo, y no tan al fondo, nunca había aprendido a pasar página. Ninguna. Siempre volvía a releer las mismas letras; las mismas historias; las mismas cicatrices, a fin de cuentas. Pero, bueno, sé que en algún momento todo esto dejará de tener sentido y que, cuando mire las viejas fotografías que guardo de ella, sólo recordaré la sonrisa tan bonita que tenía , y no lo mucho que me gusto un día. Y no hay mucho más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.