miércoles, 3 de julio de 2013

Solución a la ecuación de la existencia

Decidimos llamarle a aquella conversación "Solución a la ecuación de la existencia". Si no recuerdo mal, sucedió así:

—Lo tenemos un poquito difícil —me dijo.
—¿A qué te refieres?
—Al hecho de que la gente no sepa ver las cosas de dentro. O, de verlas, que no sepa darles la importancia necesaria.
—¿Te refieres a la belleza interior?
—Llámalo como quieras, pero sin duda se ha perdido la bonita costumbre de ver más allá. La gente ha perdido esa capacidad.
—Sí, y es triste.
—Y es como una sentencia. Quizá deberíamos dedicar las horas que nos pasamos escribiendo a ir al gimnasio y a ponernos fuertes y a follarnos a cualquiera los fines de semana y todo eso que suele hacer la gente. A veces, claro, no siempre. Tampoco quisiera generalizar.
—Me parece que todo eso es algo muy vacío.
—Sin duda, ¿pero acaso no estamos también nosotros vacíos? Los poetas, digo. Llenos de un montón de cosas bonitas, quizá, pero cosas huecas. Casi siempre tristes.
—Bueno, hay distintos vacíos. Hay personas vacías a quienes tampoco les importa estarlo y sonríen. Y luego hay gente, como nosotros, que están vacíos pero que tienen la esperanza de que eso cambie algún día. Y si miras a esas personas puedes verles un brillo en la mirada; como un ojalá o un montón de esperanzas, algo así.
—Pero temo que todo eso no sea lo suficiente. Quién va a mirarnos a los ojos y a quedarse allí hasta comprender que el brillo del que hablas, y que tenemos en la mirada, es algo bonito y no son, por ejemplo, lágrimas. 
—Bueno, cualquier persona inteligente se quedaría esperando lo suficiente para comprobarlo y aprender a diferenciar los puntos finales de los puntos suspensivos. Y si no se queda lo suficiente es que esa persona está tan vacía que tampoco le importa que tú lo estés o no. Y entonces no merece la pena preguntarle si quiere tomarse un café con nosotros o si quiere sentarse a nuestro lado mientras esperamos a que pase algún tren. ¿Me entiendes?
—Te entiendo, y ojalá tengas razón. 
—Al final toda la gente busca lo mismo, es decir, algo que merezca la pena. Y se dice "que merezca la pena" porque debe de ser algo por lo que no nos importe sufrir, con tal de conseguirlo o conservarlo. Así que ya llegará, algún día, no te preocupes. 
—Llegas tarde, la verdad es que estoy preocupado desde hace tiempo.
—Y quizá sea inevitable, porque estar preocupado indica que todo esto te importa.
—¿Sabes?, el otro día llegué a la conclusión de que no nos enamoramos de personas, o de físicos o de sonrisas o de miradas, sino de proyectos de futuro. Es decir, yo me he enamorado de varias personas en mi vida, y todas ellas eran distintas unas de otras, pero el único factor que se mantenía igual era que yo lo quería compartir todo con ellas. Y quizá "todo" se quede corto para lo que realmente quería.
—¿Y qué intentas decir con todo esto?
—Que quizá, me dije, estoy cometiendo un pequeño fallo, y es el de desear compartirlo todo con personas a las que apenas conozco, pues quizá, de conocerlas, y sabiendo que no quieren compartir nada conmigo, no empezaría a sentir algo por ellas. Creo que, antes de sentir, deberíamos conocer, aunque la razón y los sentimientos no tengan nada que ver, pero sin duda, ambos son peldaños de una misma escalera.
—Creo, querido amigo, que estás empezando a entender de qué va la vida.

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